Ganador del Premio Pritzker del 2011, Eduardo Soto de Moura, es un personaje discreto y de buen carácter. Con poca obra fuera de Portugal, su país natal, empieza en fechas recientes a construir en Francia y en España. Pero han sido proyectos radicales como el estadio de Braga o el Museo de Paula Rego (Casa das Historias) en Cascais los que le han llevado hasta el Olimpo de los más reconocidos arquitectos contemporáneos. (Jue, 08 Sep 2011)
A continuación les presentamos una interesante entrevista publicada el 24 de agosto de 2011 en el periódico español El País, en la que habla sobre su vida, obra y sobre la visión que tiene de la arquitectura contemporánea.
Obama presidió la ceremonia de la entrega de su Pritzker.
-¿Qué significa que el presidente de EE UU entregue un premio de arquitectura?
-Hay dos formas de interpretarlo. Una está en su propio discurso: aseguró que le habría gustado ser arquitecto; que le gusta la arquitectura, que en Chicago trabajó en un edificio de Mies van der Rohe. La otra es que pienso que la familia Pritzker le ayuda mucho. Son demócratas y lo apoyan.
-¿De qué habló con él?
-Solo estuve cinco minutos con él. Pero fue muy agradable. Hizo un discurso..., bueno, alguien le hizo un discurso muy cabal sobre la importancia de la arquitectura social. Pero lo interpretó muy bien. Para mí ha sido tan importante el encuentro con él como el premio. Y se lo dije.
-¿Qué le dijo?
-Que él tenía una gran responsabilidad porque era de los pocos políticos que pueden cambiar las cosas. Porque tiene poder e influencia.
-¿Qué le respondió?
-Se le veía preocupado, porque está en una situación muy complicada frente a los republicanos. Sé que está discutiendo el plazo de la deuda americana y para aumentar la deuda hay que cambiar la Constitución, y los republicanos ahora le hacen chantaje: si quieres eso, la sanidad fuera Bueno, me gustó mucho que me diera él el premio. Es uno de los pocos políticos que en los últimos años han tratado de hacer algo. Y es simpático. La mujer también.
En el discurso, Obama habló de su estadio de Braga. Dijo que podría ser su obra más importante. A mí es la que más me gusta.
El estadio de Braga, con sus dos graderíos insertados en una cantera de granito, fue diseñado como escenario de la Eurocopa de 2004 y habla de la recuperación de espacios y también de una arquitectura social que permite ver los partidos a quien no tiene entrada subiéndose al monte y sentándose en el cerro.
Su padre era de Braga. Sí, y cuando era pequeño e iba a ver el fútbol, era de los que se quedaban fuera. El estadio era otro, muy bonito, un estadio de arquitectura fascista, abierto como una U.
En la abertura había una colina, el monte Picoto, y allí subían los que no podían pagar, la clase popular. Muchas veces los arquitectos hablan de los proyectos como hijos. Dicen que son todos iguales, que no tienen preferidos. Yo no. El estadio de Braga ha sido el proyecto que más me entusiasmó.
-¿Por qué?
-Porque todo funcionó: el momento oportuno, el lugar indicado, con el cliente adecuado. Trabajamos día y noche. La obra empezó antes de terminar de diseñar el proyecto. Se trituraba el granito.
Trabajé con un grupo de ingenieros jóvenes impecables. Es también una obra de ingeniería. Pero también una obra de land art y un trabajo minucioso. No es normal que en un proyecto de 20 hectáreas se pueda llegar a dibujar el detalle del tirador. Todo ese cúmulo de cosas creo que no va a suceder nunca más.
En Braga está también su primer proyecto, un mercado. Era todavía estudiante cuando lo hice.
Y ya lo demolieron. No, lo transformamos. La historia es así. Dejé de trabajar con Álvaro Siza y fui a trabajar con mi profesor de urbanismo. El proyecto del mercado era suyo, pero me dijo que empezara a diseñarlo yo.
Y lo dibujé. Luego me fui al servicio militar y él fue muy honesto. No lo continuó, me dejó trabajar desde la mili. Con el tiempo, apareció una deformación en el techo. Y, peor aún, el barrio se llenó de supermercados. Desapareció la razón de ser del mercado.
-¿Nos falta paciencia?
-Ahora en España están volviendo los mercados. Y en Portugal también, pero el mío cerró. Los vendedores pasaban frío y los clientes dejaron de ir. El lugar se degradó con droga y prostitución. Y el alcalde me llamó porque quería demolerlo.
Yo me preocupé. Esa obra fue importante en mi vida. Jean Nouvel me llamó para que la expusiera en la Bienal de París. Me había dado mucho y debía hacer algo por ella. Así que cuando el alcalde me preguntó si quería hacer algo, le pedí un día para pensarlo. Luego le propuse hacer una calle cubierta.
El mercado conectaba dos calles y la gente lo usaba para pasar de una a otra. Quise recuperar ese uso y transformar el edificio en ciudad. Corté la cubierta que se deformaba y mantuve los pilares como una ciudad romana con restos del peristilo. Luego montaron una escuela de danza y otra de música. Hoy funciona muy bien, por el uso que han sabido darle.
-¿Es eso habitual? ¿Sus clientes le piden opinión años después de que entregue una obra? -Estoy convencido de que cualquier edificio puede tener otra vida. Si hay una gangrena, no siempre es necesario cortar una pierna entera.
Se puede cortar un dedo. Creo en la reparación. Me gusta ser realista. Es muy fácil para los arquitectos estar enfadados y sentirse mal con el mundo. La mayoría encuentran siempre motivos de ofensa. Yo soy realista. Creo en la reparación.
-¿Y tiene buena relación con los clientes?
-Muy buena. Porque la arquitectura no puede ser una media tinta. No puedes hacer una cosa que no le gusta a tu cliente o que no te gusta a ti. No puedes hacer algo en lo que no crees o algo que tu cliente no entiende. Todo eso sale mal.
Por eso es fundamental hablar. Y hablar es conocerse. ¿Se imagina un médico contrariado porque no le dejan hacer lo que él cree que debe hacer? Es fundamental saber explicarse. Nosotros y los clientes. Hablando, uno se entiende.
La relación entre cliente y arquitecto es casi como la que se establece con los curas, íntima. Nosotros sabemos casi todo sobre un cliente: cuándo usa el baño, dónde guarda la ropa... No soy una persona de medias tintas. En las relaciones, como en los proyectos, me meto hasta el fondo.
Su padre era un oftalmólogo de Braga. Sí, por coincidencia nació justo donde hoy está el estadio.
Casualidades... Hay más. Mi madre de niña tenía los pulmones enfermos y, como en La montaña mágica de Thomas Mann, fue a recuperarse al monasterio de Santa María do Bouro, porque mi tío era médico allí.
Muchos años después, yo reconvertí ese monasterio en pousada [el equivalente portugués de los paradores españoles]. Llevé a mi madre durante la obra y ella recordaba la habitación donde había pasado la convalecencia de niña. Hay muchas historias de coincidencias.
Una huella biográfica que va guiando sus proyectos. Para hacer una película.
A lo mejor puede hablar con Manoel de Oliveira, uno de sus clientes famosos. No. No hablo mucho con él. No es una persona fácil. Hice una casa para un hijo suyo, pero yo creo que cuanto más alto estás, más responsabilidades tienes. Por eso hay que tener la cabeza fría. Incluso si entiendo que por un hijo se hace todo.
-¿Qué quiere decir?
-Usted no tiene aspecto de tener la cabeza fría. Pero debo tenerla. He sido profesor de hijos de amigos míos y no me basta con que ellos me digan que sus hijos madrugan para ponerse a dibujar. Tengo que ver los resultados.
Tengo dos hijas arquitectas. Pero cuando la mayor empezó arquitectura no pasó con 9, que es lo que hoy piden en el examen de ingreso. Luego ella se sintió mal. Quería dejarlo. No le gustó el profesor de dibujo.
Suspendió. Y mis amigos me criticaron por no haber ido a hablar con él, me criticaban porque no había hecho nada. Creo que el profesor hizo bien. Le dije a mi hija que no se había esforzado lo suficiente. Y ella perdió el año. Tener a la familia en lo tuyo es un tema difícil. Mis hijas son muy duras conmigo. Me critican muchísimo.
-¿Su mujer también?
-Sí, las cuatro. Son muy directas con sus críticas.
-¿Y tienen razón?
-Por desgracia, a veces sí. Pero los hijos de arquitectos tienen siempre problemas. Están los que siguen al padre, que no se sienten seguros y tienen presión social.
Y están los que, sin matar al padre, se buscan otra vida. Sí, como el hijo de Coderch, que trabajó con Bofill; el hijo de Siza, que firma Álvaro Leite. Mis hijas también: Luisa Moura y Eduarda Moura. Creo que es mejor que cada uno siga su propio camino.
-¿Es importante romper con los padres?
-Lo es seguir un camino propio.
-Si su padre era oftalmólogo, ¿por qué decidió estudiar arquitectura?
-Por mi hermano, un tipo muy culto.
-¿El fiscal? Fue fiscal general, pero lo expulsaron porque metió a todos en prisión. Es como en España el juez...
-¿Garzón? Garzón. Mi hermano llevó un caso enorme de pedofilia con gente muy importante de la alta burguesía implicada. Se lo encontró cerrado, pero lo reabrió todo. Estudió filosofía. Dibuja muy bien. Quería hacer bellas artes, pero hizo derecho porque no le gustaban las matemáticas. Luego me aconsejó que estudiara arquitectura. Mi padre puso el grito en el cielo: "No, en bellas artes son todos comunistas...". Pero lo hice.
-¿Es cierto que empezó bellas artes porque quería ser escultor?
-No. Es que me confunden con Álvaro (Siza). Lo habrá leído, seguro, pero no es verdad. Yo también lo he leído.
-Una persona importante en su vida es el arquitecto Álvaro Siza.
-Sí. Mucho. Cuando yo estudié, la escuela de Oporto estaba muy politizada. Eran los años de la sociología. Y trabajamos para cambiar las infraviviendas que los obreros tenían en los jardines de las viviendas burguesas. Se llamaban islas. Queríamos cambiar las cosas.
Trabajábamos con las asociaciones de vecinos. Todo era muy social. Lo extraordinario es que luego estalló la revolución de los claveles. Y cuando Nuno Portas se convirtió en secretario de Estado de Vivienda dijo que quien tuviera un plan y estuviera organizado, él lo apoyaría. Decidimos dignificar esas viviendas. Pero necesitábamos un arquitecto que firmara el proyecto. Éramos estudiantes. Así es que fuimos a buscar al mejor. Y el mejor era Siza. Luego me quedé a trabajar con él cinco años.
Hasta que le dio una patada y lo echó. Sí. Un día me dijo: "Si quieres ser arquitecto, no puedes continuar aquí. Tienes que irte". Y tenía razón. Era cómodo trabajar allí. Pero al salir tuve que espabilarme. Trabajar con Álvaro es maravilloso. Como persona es excepcional. Por entonces él se había quedado viudo y yo era soltero, así que comíamos muchas veces juntos. Él defendía a Alvar Aalto. A mí me gustaba Mies van der Rohe.
-¿Hoy sigue pensando lo mismo?
-Bueno... de Aalto me impresiona mucho la vigencia de sus ideas. Entonces creía que era expresionista, pero visitando su trabajo en Finlandia entiendes que era muy racionalista. Es el arquitecto del que compro más libros. Me gustan sus muebles: modernos, cálidos y casi anónimos. Pero creo que Mies era más radical.
Y como joven, usted prefería la radicalidad... Era el tiempo de la revolución de los claveles. Había que rehacer el país, construir medio millón de viviendas. Tanteando el lugar y las costumbres como Alvar Aalto, no íbamos a poder hacerlo. Necesitábamos un lenguaje técnico para vencer la presión posmodernista. Un idioma práctico y eficaz. Discutíamos mucho. Yo creía que Mies podía ayudar más que Alvar Aalto.
-¿Qué admira de Siza?
-Lo que me marcó fue más su figura que su arquitectura: el hombre, su ética y su conocimiento. Él te da los instrumentos para hacer. Pero es extremadamente exigente. Es suave ydulce, pero lo quiere entender todo. Tengo un texto sobre él que escribí hace años. En él explicaba que con Álvaro cuando uno piensa que está todo acabado te lo hace empezar todo de nuevo.
Con 76 años, Siza firmó el Museo Iberê Camargo en Porto Alegre, que es una mezcla entre volver a nacer y haber llegado a lo que no sabías que se podía alcanzar. Ese edificio es impresionante. Y ante algo así, uno piensa: ¿copiar qué?, ¿estudiar qué? Pero cuando tengo un problema, muchas veces pienso: ¿qué haría Álvaro?, ¿qué estrategia seguiría? Y todavía trabajo con él en algunos temas. Hacemos juntos el metro de Nápoles. Y es un placer viajar con él. Contamos historias, discutimos, vamos a cenar... Trabajamos bien. Yo dibujo y él me dice no, no, no... [Risas]. Es una relación muy bonita.
-¿Usted no quiso ser su discípulo o él no le dejó?
-No era posible. No lograría meterme en su cabeza. Conozco muy bien el lenguaje, la parte técnica. Conozco muy bien su gramática. Pero no podría pensar como él. Tengo otras ideas. Él dice que soy neoplástico, como el Mies que me gusta. Yo no tengo que probar nada a Álvaro, y él no quiere nunca imponer nada. Eso nos hace estar bien. Trabajar juntos es como jugar al ajedrez. Dibujamos en mi casa. Pero insisto: el personaje es más fuerte que el arquitecto. Es muy importante entender la identidad, la ética que da como consecuencia este tipo de arquitectura obsesionada. Siempre ha sido un tipo obstinado. Cuando estaba haciendo el restaurante Boa Nova, dormía en las piedras. Se las conocía de memoria. Su hijo también es obsesivo.
Su mujer, que es sobrina de Siza, es también arquitecta, pero no ha trabajado nunca con usted. Eso lo tengo claro: ni hijas ni mujer. Ella hace ahora unas casas para sus hermanos.
Me imagino que tener tres hijas le acerca al problema de los jóvenes de hoy que tienen que emigrar en busca de trabajo. Es un problema enorme. Me quita el sueño. Yo tengo 35 colaboradores y no puedo decirles que vayan a Lisboa o a pedir trabajo a un colega. No hay nada. No hay ninguna puerta abierta.
Cuando recibí el Pritzker, no tenía ningún trabajo en Portugal. Los jóvenes se tienen que ir a Brasil, a Suiza o a abrir un restaurante. Me preocupa porque hay mucha gente con formación y vocación y nos hemos encontrado este problema casi de un día para otro. Trabajar conmigo es duro, y pienso: ¿para qué?, ¿qué les dices a quienes se han esforzado tanto? Entristece lo que estamos viviendo. Y me preocupa.
-¿Sigue sin trabajo en Portugal?
-Sí. Yo también emigré.
Emigrante de lujo. Por supuesto. No digo que esté sufriendo. Pero he tenido que buscar fuera. A mí me gusta mucho más quedarme en casa.
-En este clima, ¿qué opina de la derechización de su país y de Europa en general? ¿Qué es ser de izquierda hoy?
-Parece que no tiene mucho significado. Esto va a acabar mal. No es un problema ideológico, es un problema de injusticia. Wall Street no puede decidir el futuro del mundo. Los Gobiernos no pueden ayudar a los bancos para que inviertan en especulación.
La situación no es un problema entre derechas e izquierdas. Hay gente de derechas muy buena. La situación es amoral. No hay moral. Esto da la posibilidad de hacer cosas monstruosas. Esto no puede durar... Portugal está fatal.
Como Siza en Porto Alegre, usted también se ha soltado mucho con el tiempo... El Museo Paula Rego no es precisamente cartesiano ni miesiano como tanta obra suya anterior. Sí. Eso dicen. Creo que todo empezó cuando trabajé diseñando el metro de Oporto. Allí no había recetas. Tuve que aprender a tomar la escala de la ciudad como un médico tiene que explorar a un paciente para ver qué encuentra. Haciendo el metro pensé que igual las cosas no eran tan cartesianas como nosotros creíamos. Y luego está la idea de experimentar. Sin experimentar, la profesión es muy aburrida. Y como el mundo no es blanco y negro, se pueden probar otras cosas.
-¿Le ha gustado experimentar?
-Muchísimo. He transformado mi estudio en un laboratorio. De cada proyecto hacemos cuatro maquetas diferentes.
-¿Se lo pasa mejor ahora?
-Mucho mejor. Me divierto, y para aguantar es fundamental disfrutar. Hemos pasado un periodo de lamentos por incomprensiones. Pero llegado un punto hay que reaccionar. No valen más lamentos. Jamás pensé que en la vida haría un edificio rojo.
-¿Construirá la casa para Cristiano Ronaldo?
La diseñé. Pero cuando vino a Madrid suspendió la obra. La paró.
-¿Por qué?
Se lo quiere pensar. Tenía problemas de construcción. El proyecto de la casa fue aprobado, pero se levantaba en un terreno donde había muchos árboles protegidos. Mi hermano fiscal había iniciado un proceso de persecución a quienes cortan los alcornoques protegidos.
No era cuestión de que me pusiera yo a cortar los alcornoques de Ronaldo para hacer sitio a su casa, enorme, de 1.200 metros. Talar los árboles no era legalmente posible. Además, imagínese los titulares: Souto contra Souto. Él estaba furioso porque le vendieron el terreno sin advertirle de que los árboles estaban protegidos. Le dije que cambiáramos de terreno y que haría otro proyecto. Y se molestó.
-Es sorprendente que lo buscara a usted, que lo quisiera como arquitecto.
-No. Es muy simple. Es amigo del presidente del Braga. Le gustó el estadio y me llamó. Yo no entendía mucho de fútbol ni él de arquitectura. Pero después de hablar con él conseguimos una relación muy directa. Él pedía y yo le decía si era o no posible.
-¿Qué no era posible?
-Un lago, una isla, algunas de las cosas que quería. Estos tíos tan importantes tienen una corte que los protege y los cuida. Pero les dicen cosas que no son verdad. Por eso al final la única manera de hablar con él fue ir a visitarlo a Manchester. No le querían dar un disgusto informándole de que los árboles no se podían cortar.
-¿El proyecto está parado?
-Se suspendió. Pero cuando me dieron el Pritzker leí una noticia, no sé si especulación: Ronaldo quiere de nuevo la casa.
-¿Las estrellas atraen a las estrellas?
-[Risas] Será eso.
Museu Paula Rego, Casa das Histórias, Cascais, Portugal by Eduardo Souto de Moura
Torre Burgos(2007)
Quinta do Lago, Algarve (1984-89)
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